Escalar árboles con fuego,
derritiendo la espesura
de armonías silenciosas,
es fácil; no vale la pena.
Que no nos seduzca el fuego;
veamoslo, des-précialo, se apagará,
porque consume los árboles
y a nosotros hasta transformar
en cenizas la seguridad cerval.
El silencio es el mejor abono,
en estos tiempos jóvenes,
para estas ideas frondosas
e ingenuas de eso detrás
de nuestro cuero: nada.
Escuché al fuego parlanchín,
¡que no te queme ni consuma!,
pues cuando quieras apagarlo
tu bosque ya estará quemado...
tanto nos hizo llorar el silencio
pero no nos sirvió para apagar
el fuego transparente, ardiente,
con las lágrimas que escurrieron.
08 noviembre, 2010
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